San Ignacio de Loyola fue un militar español que fundó la Compañía de Jesús. Si bien por tradición familiar primero se dedicó a las armas, al ser gravemente herido por los franceses en la defensa de Pamplona, cambió la orientación de su vida. Durante su recuperación y convalecencia pasó largas horas leyendo libros piadosos que lo llevaron a tomar la decisión de retirarse para consagrarse a la religión.
Su nombre es Iñigo López Sánchez, pero adoptó el nombre de Ignacio. Luego de ser herido gravemente (en 1522) Ignacio de Loyola se retiró a practicar oración y penitencia en Montserrat, donde inició la elaboración del método ascético de los conocidos Ejercicios Espirituales.
Al año siguiente hizo una peregrinación a tierra santa, a los Santos Lugares de Palestina. Regresó a España a la edad de 33 años, decidido a estudiar en las universidades de París, Salamanca y Alcalá de Henares para construir su proyecto de apostolado.
Su vida militar
San Ignacio de Loyola nació en el castillo de los Loyola en el año 1491, ubicado en la aldea de origen vasco denominada Azpeitia. Cuando creció fue un caballero que estaba al servicio del rey Carlos I de España, y según su autobiografía, era “un hombre dado a las vanidades del mundo” y con “un deseo grande y vano de ganar honra.”
En el año 1521 fue herido por una bala de cañón mientras defendía, en Pamplona, la fortaleza del lugar. Debido a la fractura de su pierna, fue llevado para someterse a dolorosas y difíciles cirugías, al castillo de su familia.
Una larga convalecencia
La recuperación de San Ignacio de Loyola fue trabajosa y lenta, por lo que intentó concentrarse en la lectura para amenizar el tiempo de convalecencia.
Como no tuvo a su alcance libros de caballería, dedicó las horas en cama para leer sobre la vida de Cristo además de las biografías de los santos católicos.
La experiencia que lo llevó a la conversión
Él mismo cuenta en su autobiografía que se deleitaba pensando en las cosas del mundo que le satisfacían; pero pronto se cansaba de ellas y se sentía seco, vacío y descontento.
Y cuando pensaba en las cosas que habían hecho los santos como ir descalzos a Jerusalén, o hacer ayuno comiendo sólo hierbas y todas las cosas de rigor que hacían los santos, no sólo se consolaba pensándolas sino que, después de hacerlas se sentía pleno y contento.
Su encuentro con Dios
Una vez sano de su herida de bala, San Ignacio de Loyola dejó sus armas de caballero ante la imagen de la virgen María con el niño Jesús. Allí velo toda la noche y luego se dirigió a un poblado pequeño de Cataluña donde permaneció un año, en el que vivió una experiencia increíble con Dios.
Estaba sentado, y sintió que comenzaban a abrirse sus ojos espirituales, sus ojos del entendimiento. No es que vio alguna visión, sino que su mente comprendió muchas cosas, tanto espirituales como de las letras y de la fe. Y fue tan fuerte, que sintió al mundo como una gran ilustración en el que todas las cosas le parecían nuevas.
La experiencia fue contada por el propio San Ignacio de Loyola en su libro de los Ejercicios Espirituales.
Sus ejercicios espirituales
En 1548 fueron publicados sus ejercicios espirituales, que ejercieron gran influencia en lo espiritual como herramienta de discernimiento.
Se trata de un libro de doscientas páginas cuyo contenido cuenta con oraciones, meditaciones acerca de la naturaleza humana y la relación del hombre con Dios, y ejercicios mentales para realizar en un lugar apartado, cuyo diseño está pensado para ser practicado en períodos de 30 días.
El libro fue escrito por San Ignacio de Loyola con la intención de acrecentar las experiencias personales de la fe católica. Él mismo lo define como un método para examinar la conciencia, razonar, meditar, contemplar, preparar y disponer el alma para quitar los apegos, egoísmos y afecciones desordenadas con el fin de buscar y encontrar la voluntad divina.
Un jesuita argentino decía del libro que contiene las experiencias ascéticas de un soldado de la época del Renacimiento, un método para convertirse y un entrenamiento que todos podemos aplicar.
Actualmente la tecnología permite la implementación de los Ejercicios en la Vida Cotidiana, basados en la obra de San Ignacio de Loyola, con el objetivo de que las personas puedan realizar los ejercicios espirituales mientras transcurre su vida cotidiana.
Una reacción adversa en Castilla
Luego de la difusión de las primeras actividades espirituales de San Ignacio de Loyola (el método de los Ejercicios Espirituales en 1524), fue acusado y procesado como sospechoso de heterodoxia.
En Castilla lo consideraron semejante a los seguidores de Erasmo (los “alumbrados”) y se le dictaminó la prohibición de ejercer la predicación, por lo que se vio obligado a interrumpir sus estudios.
Su ordenación como sacerdote en París
En 1528 se graduó en París como maestro en Artes. Sin haber terminado sus estudios en Teología, San Ignacio de Loyola sembró la semilla de la Compañía de Jesús entre algunos de sus compañeros a quienes les comunicó sus ideas.
Ignacio de Loyola y sus amigos se reunieron en la Cueva de Montmartre e hicieron votos de pobreza y de apostolado. Si bien no les fue posible practicar las actividades religiosas en Palestina debido a la guerra contra Turquía, se dirigieron al Papa Pablo III a ofrendar sus servicios, el que los ordenó en el sacerdocio en 1537.
Los años que siguieron a la ordenación fueron de dedicación ferviente al apostolado, a la enseñanza y al cuidado de enfermos. Los religiosos que integraban la Compañía de Jesús, eran comúnmente conocidos con el nombre de “jesuitas”.
La creación de la Compañía de Jesús
Reproduciendo los principios de la estructura militar que San Ignacio de Loyola tan bien conocía y en la que había sido educado, definió junto a sus compañeros sacerdotes la nueva orden religiosa que llamó la Compañía de Jesús.
Los compañeros eran de diferentes países, y decidieron ofrecerse al Papa para cualquier servicio que quiera confiarles. Antes de visitarlo reflexionaron diciéndose que era conveniente permanecer unidos y ligados en un solo cuerpo, para que ninguna separación física por grande que fuera, los hiciera separar.
La orden prosperó de tal manera, que llegó a contar con más de mil miembros que se reunían en aproximadamente cien casas, la mayoría eran escuelas y casas de formación, que funcionaban en unas doce provincias.
En 1540 el Papa aprobó sus estatutos como orden religiosa de la iglesia católica, y San Ignacio de Loyola fue elegido el primer general de la orden, por unanimidad, lugar que se ganó por la energía y fervor que fueron la inspiración que motorizó al grupo.
La disciplina militar a la que estaba acostumbrado fue puesta al servicio de la multiplicación y propagación de la fe católica, que peligraba desde la aparición de la actividad de Martín Lutero en Europa.
La Compañía de Jesús definía a sus miembros como seguidores de Cristo en una vida comunitaria consagrada a El, con el único fin del servicio de la fe y la defensa de la justicia.
Una orden religiosa ligada al Papa
San Ignacio de Loyola concibió racionalmente a la orden, y la proveyó (en 1547) de una constitución que la configuró de un modo pragmático y moderno.
Muy ligada al Papa, disciplinada y subordinada a él en todas sus acciones, fue un recurso de gran eficacia para el Vaticano en la tarea de reconquistar a la sociedad por parte de la iglesia, en plena época de la Contrarreforma religiosa que amenazaba al catolicismo.
El Papa envía al Concilio de Trento a algunos teólogos jesuitas, convocado con el fin de tratar aquellos puntos de discusión que se suscitaron con motivo del auge protestante.
San Ignacio de Loyola funda casas para judíos y mahometanos catecúmenos, instituciones educativas, un refugio destinado a mujeres errantes, además de organizar colectas, en forma regular, para los pobres y para los prisioneros.
Los últimos años de vida de San Ignacio de Loyola
En el ocaso de su vida fue aquejado por una fatiga intensa. A pesar de sus problemas graves de salud, San Ignacio de Loyola pudo ver la expansión primero por Europa y por América, de la Compañía de Jesús, y luego por Asia y África.
La Compañía de Jesús tuvo una presencia fuerte en la educación y desarrollo de la juventud, como así también en el debate intelectual, en la actividad misionera (como la de San Francisco Javier en Asia) y en el apostolado.
La muerte llega a San Ignacio de Loyola al amanecer del día 31 de julio de 1556, cuando contaba con la edad de sesenta y cinco años.
Luego de la muerte de San Ignacio de Loyola, quien había liderado al catolicismo durante la contrarreforma luterana, lo sucedió su colaborador más estrecho como general de la orden de los jesuitas, el castellano Laínez.
La Compañía de Jesús, al morir su líder, contaba con 1036 miembros jesuitas distribuidos en circunscripciones territoriales de distintas provincias.
En el año 1622, el doce de marzo la iglesia católica lo canonizó como santo a través del Papa Gregorio XV junto a Teresa de Ávila y Francisco Javier. Y el Papa Pío XI en el año 1922 declaró a San Ignacio de Loyola como patrono de los ejercicios espirituales.
Sus restos se encuentran reposando en la iglesia del Gesú, en la ciudad italiana de Roma.