A San Martín de Porres se le conoce como el primer santo mulato de América. Su vida, entregada a ayudar a los más pobres, le ha servido para ganarse muchos seguidores, pero también detractores (quienes consideran que se puso indirectamente del lado de los colonizadores).
Martín nació en Lima el 9 de diciembre de 1579. Su madre fue una ex esclava africana y su padre, un soldado español que no quiso reconocerle como hijo y que se mantuvo ausente durante toda su vida.
La devoción de Martín de Porres echó raíces en él cuando era todavía un niño. Se cuenta que de pequeño se arrodillaba junto al crucifijo que había en la cabecera de su cama y se ponía a orar mientras lloraba desconsoladamente. Su sufrimiento y su pasión religiosa le acompañaron de por vida.
Es posible que su deseo de seguir a dios tuviera que ver con la búsqueda de una figura paternal que no le rechazara, de un padre que quisiera cuidar de él. Esta vocación le llevó a actuar de forma caritativa con otras personas que pasaran por una situación similar a la suya.
Se sintió estrechamente identificado con los indígenas nativos que eran violentados a diario por el ejército español y con los esclavos africanos que continuaban siendo explotados en las minas de oro y carbón. Es decir, Martín se sentía cerca de las personas de sangre mestiza ninguneadas y despreciadas por los de origen ario.
La vocación religiosa de Martín de Porres
Cuando tenía 15 años decidió entrar al monasterio que los monjes dominicos tenían en Lima para desde ese lugar ayudar a los pobres. Como no podía entrar como sacerdote ni como hermano porque la orden no permitía postulantes de origen africano o indígena, le permitieron hacerlo como colaborador.
Sus primeros trabajos en el monasterio estuvieron vinculados con el servicio doméstico. Pero su habilidad para tratar trastornos de diferentes tipos lo llevaron unos años más tarde a convertirse en el asistente médico y en poco tiempo adquirió una gran responsabilidad.
Algunas de las características que se le atribuyen a Martín de Porres son la constante alegría y su mirada siempre atenta a la vida de los afligidos.
A los pocos años de estar en el convento emprendió junto a su apostolado un proyecto ambicioso: la construcción de un orfanato para niños que estuviesen en situaciones similares a la suya. Durante muchos años funcionó como un hogar que reunía a niños de diversos orígenes y les brindaba acogida y educación.
Se le atribuyen a San Martín diversos milagros. Se dice que estaba de encargado de distribuir la comida que sobraba en el convento con los más necesitados, y que conseguía que jamás faltara alimento para nadie. Además de esa capacidad para “multiplicar los panes” se le atribuye la cura de diversas dolencias.
Martín de Porres falleció el 3 de noviembre de 1639 en Lima mientras recitaba el Credo en una misa. Sus últimas palabras fueron “y se hizo hombre”. En 1962 el Papa Pablo VI lo proclamó santo fechando su festividad el día de su muerte.